domingo, mayo 01, 2011

Mario Benedetti: Un Padre Nuestro contra el miedo_Declama Hector Quintero





Sumisión no es los mismo que humildad. Aparente aceptación y finalmente, indiferencia, frialdad de corazón. Miles de horas consumidas de repetición mecánica de formulas aprendidas de memoria. Oraciones muertas sin implicancias para nuestras vidas.

No puede haber oración unilateral, sin diálogo con el Padre. Desde el alma atormentada de Job y su dolorida y airada protesta a un Dios que consideraba injusto con él…hasta el clamor de cada ser que se siente olvidado y postergado en su condición de hijo de la divinidad.

Siempre es un diálogo desde la separación, desde abajo frente a un Dios que esta arriba. Figura condicionada interesadamente por las iglesias que se han erigida como intermediarias.

Este poema es una perfecta oración porque implica corazón abierto y un abrazo con la realidad en la que esta Dios mismo. No hay otra realidad que no lo incluya y nos comprenda a todos. Gracias, Mario Benedetti. (Jesús Hubert)





UN PADRENUESTRO LATINOAMERICANO

Padre nuestro que estás en los cielos
con las golondrinas y los misiles
quiero que vuelvas antes de que olvides
como se llega al sur de Río Grande

Padre nuestro que estás en el exilio
casi nunca te acuerdas de los míos
de todos modos dondequiera que estés
santificado sea tu nombre
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver la uñas
sucias de la miseria

en agosto de mil novecientos sesenta
ya no sirve pedirte
venga a nos el tu reino
porque tu reino también está aquí abajo
metido en los rencores y en el miedo
en las vacilaciones y en la mugre
en la desilusión y en la modorra
en esta ansia de verte pese a todo

cuando hablaste del rico
la aguja y el camello
y te votamos todos
por unanimidad para la Gloria
también alzó su mano el indio silencioso
que te respetaba pero se resistía
a pensar hágase tu voluntad

sin embargo una vez cada
tanto tu voluntad se mezcla con la mía
la domina
la enciende
la duplica
más arduo es conocer cuál es mi voluntad
cuándo creo de veras lo que digo creer
así en tu omnipresencia como en mi soledad
así en la tierra como en el cielo
siempre
estaré más seguro de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora

pero quién sabe
no voy a decidir
que tu poder se haga o deshaga
tu voluntad igual se está haciendo en el viento
en el Ande de nieve
en el pájaro que fecunda a su pájara
en los cancilleres que murmuran yes sir
en cada mano que se convierte en puño

claro no estoy seguro si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse
lo digo con irreverencia y gratitud
dos emblemas que pronto serán la misma cosa
lo digo sobre todo pensando en el pan nuestro
de cada día y de cada pedacito de día

ayer nos lo quitaste
dánosle hoy
o al menos el derecho de darnos nuestro pan
no sólo el que era símbolo de Algo
sino el de miga y cáscara
el pan nuestro
ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas
perdónanos si puedes nuestras deudas
pero no nos perdones la esperanza
no nos perdones nunca nuestros créditos

a más tardar mañana
saldremos a cobrar a los fallutos
tangibles y sonrientes forajidos
a los que tienen garras para el arpa
y un panamericano temblor con que se enjugan
la última escupida que cuelga de su rostro

poco importa que nuestros acreedores perdonen
así como nosotros
una vez
por error
perdonamos a nuestros deudores

todavía
nos deben como un siglo
de insomnios y garrote
como tres mil kilómetros de injurias
como veinte medallas a Somoza
como una sola Guatemala muerta

no nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado
o arrendar una sola hectárea de su olvido

ahora que es la hora de saber quiénes somos
y han de cruzar el río
el dólar y el amor contrarrembolso
arráncanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia
amén.

Mario Benedetti

José Saramago: Ernesto Sabato nunca perdonó su condición humana




Emotivo abrazo de Saramago a Sabato,
en el homenaje a éste, el año 2004

Hay escritores que le rinden culto a la palabra, a la forma, porque escriben desde fuera. Y hay otros, que escriben desde su carne, con la tinta de su sangre y la tensión de sus venas y de sus músculos. A ellos les resulta imposible distinguir, separar la palabra de la vida. Ellos son uno con el mundo y con el hombre. Son la prolongación misma del gran árbol terrícola total. Uno de ellos era, seguirá siendo, Ernesto Sabato. No hay forma de separarlo de su propio ser.

La semblanza magistral sobre Ernesto Sabato, corre a cargo de otro inmortal, José Saramago, en el discurso que pronunciara en el homenaje a Ernesto, en Noviembre del 2004.(Jesús Hubert)

Mi iniciación en el universo narrativo de Ernesto Sábato, y también en lo que podríamos llamar su cosmos personal, sucedió hace mucho tiempo, hacia el final de los remotos años 50, cuando, en un ya desaparecido café de Lisboa, nos reuníamos unos cuantos amigos para hablar de libros en voz alta y de política en voz baja, por razones que, tanto en el primer caso como en el segundo, no necesitan mayor explicación.

En esa época las preferencias y los modelos literarios de nuestro grupo se orientaban, en su mayoría, hacia la dulce y entonces todavía inmortal Francia, aunque algunos, con apenas disimulada soberbia, hacían exhibición de intimidades con las literaturas de expresión inglesa, sobre todo con la norteamericana, sobre cuya validez (me refiero, claro está, a las pregonadas intimidades) los francófilos, por envidia, manifestaban las más severas reservas.

Paradójicamente, la armonía en estos inflamados debates, que nunca se concluyeron de manera satisfactoria, quedaba desviada, alguna que otra vez, con las intervenciones de un compañero algo excéntrico que tenia sus amores culturales en otros puntos del planeta y que los defendía con evidente conocimiento de causa. No éramos, hágasenos al menos esa justicia, completamente ignorantes de lo que sucedía entre el Río Grande y el cabo de Hornos, pero lo que presumíamos saber no iba mas allá de lo fragmentario y, en el fondo, se alimentaba más de referencias y alusiones casuales que de un interés real y autónomamente motivado. Ese amigo providencial (de su boca oí hablar por primera vez de José Hernández y de Martín Fierro), se nos aparecía en el café con brazadas de títulos y de nombres y los lanzaba sobre la mesa como flores exóticas, entre las tazas y los ceniceros. Dejo aquí algunos de esos nombres y de esos títulos como una simple muestra de la riqueza de su jardín: Enrique Larreta y La gloria de don Ramiro, Ricardo Guiraldes y Don Segundo Sombra, Enrique Amorim y El paisano Aguilar, Migel Angel Asturias y El señor presidente, Rómulo Gallegos y Doña Bárbara, José Maria Arguedas y Los ríos profundos, Ciro Alegría y El mundo es ancho y ajeno, Julio Cortazar y Bestiario, Jorge Luis Borges y El Aleph,Adolfo Bioy Casares y La invención de Morel, Carlos Fuentes y La región más transparente...Como dejé dicho, estábamos entonces en las postrimerías de los años 50, razón más que poderosa para que El coronel no tiene quien le escriba y La ciudad y los perros todavía no hubieran llamado en la aldaba de las puertas del viejo café de Lisboa.

Y estaba Sábato. Por un extraño fenómeno acústico cualquiera, el día que oí pronunciar ese nombre entonces desconocido para mí, asocié las tres rápidas sílabas que lo componían a una súbita puñalada. Conocido como es el significado de esta palabra italiana, la asociación tendrá que parecer de lo más incongruente, pero las verdades son para ser dichas, y esta es una de ellas. El túnel fue publicado en 1948, pero yo no lo había leído. Entonces, a mis inocentes 26 años, todavía sería mucho el pan y mucha la sal que tendría que comer antes de descubrir el camino marítimo que me había de conducir a Buenos Aires... Fue aquel inolvidable compañero de mesa de café quien me proporcionó la lectura de la novela. Enseguida, en las primeras páginas, comprendí hasta que punto había sido exacta la osada asociación de ideas que me llevó de un apellido a un puñal, para colmo con una circunstancia agravante e inesperada: el puñal Sábato, después de clavado, no se retiraba de la herida, permanecería allí, moviéndose por sí mismo, despacio, para que la sangre no dejase de correr y la deseada cicatriz no acabara siendo nada más que un sueño imposible... Las lecturas siguientes que he ido haciendo de Ernesto Sábato, tanto de sus novelas como de sus ensayos, a lo largo de todos estos años, confirmaron aquella intuición inicial, la de que me encontraba ante un autor trágico y al mismo tiempo eminentemente lúcido que, además de ser capaz de abrir caminos por los corredores laberínticos del espíritu de los lectores, no les consentía, ni siquiera durante un solo instante que desviasen los ojos de la esquina más oscura del ser. ¿Lectura por eso difícil? Tal vez, aunque lectura fascinante entre todas. La amalgama de surrealismo, existencialismo y psicoanálisis que, según hoy opiniones más acreditadas, constituye el soporte «doctrinario» de las novelas del autor de Sobre héroes y tumbas, no nos debería hacer olvidar que ese proclamado «enemigo» de la razón que se llama Ernesto, Sábato es a la falible y humilde razón humana a la que acabará apelando cuando sus propios ojos, libres de escamas, se enfrentaron con ese otro apocalipsis que fue la sangrienta represión sufrida por el pueblo argentino. Novelas que se refieren a tiempos históricamente determinados y a lugares objetivamente definidos, El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abbadón el exterminador no hacen oír solamente el grito de una conciencia afligida por su propia impotencia y la visión profética de una sibila a quien el futuro aterra, también nos avisan de que, tal como Goya (más conocido como pintor que como filósofo...) ya había dejado constancia en el famoso grabado de losCaprichos, es siempre del sueño de la razón que ha nacido, crecido y prosperado la inmunda genealogía de los monstruos.

Hacia este profeta áspero y agreste que la vejez no ha conseguido dominar, hacia esta conciencia dolorida por todas las desgracias del mundo, que un día, muchos años después de las tertulias del café de Lisboa, encaminé finalmente mis pasos, a esa ciudad de Santos Lugares donde también suele irse por otras peregrinaciones edificantes, aunque ninguna tan hermosa y rica en Lecciones para el empedernido descreído que les habla. De nuestro primer encuentro dejé un emocionado recuerdo en mis Cuadernos de Lanzarote. Permítaseme que les lea este breve fragmento:

Dentro, pasé a la penumbra reinante, ninguna luz estaba encendida. Y en ningún momento Sábato se quito las gafas oscuras, de lentes gruesísimos. La sala donde nos recibió daba a la parte de atrás del jardín, la pared divisoria de ese lado, acristalada, apenas dejaba entrar la luz quebrada del rápido atardecer. Ofrecí a Sábato el Ensayo sobre la ceguera, él quiso saber qué ciegos eran estos míos, yo le hablé de los suyos, después hicimos un repaso juntos de algunos de los ciegos más ilustres de la literatura, tanto de personajes como de autores, y acabamos preguntándonos aquello que muchos han querido saber: si los problemas de visión que uno y otro hemos padecido habrán sido la causa inmediata de nuestras contribuciones de ciegos a los estudios literarios. Estuvimos de acuerdo en que no. Trajeron un café, que tomamos en silencio. Después Sábato se lanzó, como quien repite un camino ya muchas veces recorrido, a un largo soliloquio que comenzaba por la evocación dolorida de la muerte reciente de un hijo (herida que siempre le estará sangrando), y luego, como si le fuese imposible escapar de su propio laberinto, transito por las diversas obsesiones que le conocemos: la implacable descreencia en la razón, la negación crítica del conocimiento científico, el problema del mal, Dostoievski, la apología de la obra breve... La sala fue oscureciendo hasta que casi no conseguíamos vernos. Sábato no se levantó a encender la luz. Sombra entre sombras, su voz de ceniza lentamente fue cubriendo la sala, los estantes, las caras, los bultos, las manos. Le dije que hasta para no creer en la razón teníamos necesidad de la razón, que el mal no era efecto ni obra de un demonio, que no hay otro demonio ni otro Dios que la cabeza del propio hombre. No tengo seguridad de que me oyera, su voz era como un no negro hacia el cual, poco a poco, yo mismo, todavía sujeto a la orilla, iba resbalando.

Esta fue la primera vez que nos vimos. Regresé años después a Santos Lugares, luego fuimos coincidiendo aquí y allí del mundo, en Madrid, en Badajoz, en Lanzarote, cada vez más próximos el uno del otro en la inteligencia y en el corazón, el hermano mayor, yo, sólo un poco más joven, dos seres que, en el exacto momento en que finalmente se encontraron, comprendieron que se habían estado buscando. Hoy, Ernesto, aquí estamos una vez más, y ha sido a mí, escritor portugués y amigo tuyo, a quien le ha cabido el honor inestimable de verse elegido mensajero, no ya de todos cuantos han venido a Rosario a celebrar los fastos de la lengua castellana y a ampliar las avenidas de su futuro, sino también (que me sea perdonada la presunción) de cuantos, fuera de estas paredes, en Argentina, en América, en el mundo, lo admiran y lo respetan, leen tus libros, escuchan tus palabras y contigo mantienen el mejor de los diálogos, el de las conciencias. Entre el temor y el temblor en que nuestras vidas discurren, la tuya no podía ser una excepción. Aunque quizás no se encuentre en los días de hoy una situación tan radicalmente dramática como la tuya, la de alguien que, siendo tan humano, se niega a absolver a su propia especie, alguien que a sí mismo no se perdonará nunca su condición de hombre. No todos lo agradecerán la violencia. Yo te pido que no la desarmes.

José Saramago

Entrevista a Leonardo Boff: El otro rostro de Juan Pablo II


El entonces Cardenal Ratzinger y el Papa Juan Pablo II,
expulsaron al teólogo de la liberación, Leonardo Boff

El mismo Papa Juan Pablo II , en acuerdo con el cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, entonces cabeza de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (ex-Inquisición), recortó sus derechos y finalmente llevó fuera de la Iglesia Católica a uno de los teólogos más identificados con los pobres de América Latina, el sacerdote franciscano Leonardo Boff, exponente preclaro de la Teología de la Liberación.

Lamentablemente, después del Papa Juan XXIII y el asesinato de Juan Pablo I, la Iglesia Católica ha vuelto a reafirmar su alianza estratégica con el poder mundial y ha puesto contra la pared (y fuera de ella) a quienes se atrevan a identificarse con cualquier proceso de cambio.

Aquí les presentamos esta breve, pero valiosa entrevista de TELESUR a Leonardo Boff, a propósito de la beatificación de Juan Pablo II (Jesús Hubert)

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